14 feb 2013

Purificación

Cuando el dolor esta tan dentro tuyo que no te puedes describir sin él, cuando los ojos ya carecen de lágrimas y la expresión del sentimiento hasta parece ridícula, es ahí cuando te das cuenta que el dolor va mas allá de un estado o una característica, el dolor es una posesión, se te impregna, te nubla, te estanca.
Esa fuerza devastadora, nada dentro de ti, manipulando las sensaciones, incluso los sentidos, todo lo tiñe, todo lo mancha, todo lo involucra.
Es como si tu propio cuerpo fuera tu enemigo, como si estuvieses dividido en dos, la parte que se está pudriendo y la parte que trata de sobrevivir a la putrefacción. ¿Cómo puedes luchar contra ti mismo y sobrevivir a ti? La necesidad de una autodestrucción parece inminente, purificadora y merecida, sin embargo es sólo una parte la que buscamos eliminar, buscamos una purificación de nosotros mismos, como si pudiésemos limpiarnos del dolor y borrar las huellas.
Un baño no basta, incluso arracanse la piel parece no ser suficiente. Uno busca una purificación mucho más profunda y busca hacerlo simbólicamente en conjunto con la emocionalidad, es cuando sólo dos cosas se nos vienen a la mente. La antigua usanza del fuego como agente purificador, o bien, autoprovocarse heridas para dejar que la sangre fluja, como si a través de ésta sacaramos también la putrefacción. Es casi como cuando se tiene una infección, que más vale abrir la herida y limpiarla hasta que sangre, antes que proseguir con el dolor de la infección.
Sangre o fuego, tal vez es una combinación de ambas, ambas formas son poderosas en el momento de lidear con el dolor devastador, sin embargo su efecto es momentáneo, es como una droga, con la cual podemos obtener su efecto por unas horas y después se desvanece dejando el mismo vacío y carencia anterior. Y al igual que la droga, cada vez necesitamos una mayor cantidad, mayor riesgo, para producir exactamente el mismo efecto, trepamos por la escala de gravedad de heridas, de quemaduras sin notar que en vez de purificarnos le estamos dando rienda suelta a la devastación.
Nuestro cuerpo recibe humildemente las marcas que va dejando el dolor a su paso, manifestando y expresando, lo que no sabemos cómo comunicar. La piel es el testigo de nuestra lucha por mantener algo de entereza en una pelea tan devastadora. La escondamos o la mostremos, las huellas yacen ahí, y nos lastiman constantemente, sin embargo el dolor que vive en nosotros no se va, no disminuye, sigue palpitando y burlándose de nuestros intentos de arrancarlo de nosotros.
Ni el maltrato, ni el culto al cuerpo nos dan una respuesta, el dolor yace aferrado en nuestro pecho, bloqueando la respiración, oprimiendo y mezclándose en todas nuestras emociones.La vida se nos escurre y el dolor es todo lo que podemos ver. Detenerse, imposible, avanzar, riesgoso... el presente se transforma en todo...
¿Cuándo hay que decir basta? ¿Cuándo el dolor llegó a su límite? Pero si el dolor no tiene límite, siempre puede ser un poco peor, un poco más destructivo, logrando extender e incrementar la agonía.